Vuelvo al pueblo
Cuando observo a los fachas unidos y exultantes, cuando imagino a los terroristas celebrando la muerte – ¿qué otra cosa podrían celebrar?-, me entristece contemplar el espectáculo que ofrecemos los que presumimos de demócratas. Sí, sí ya sé que unos más que otros, pero ¡qué triste! Me lo pedía el cuerpo, así que cogí el coche y me dirigí a mi pueblo. Los que somos de pueblo tenemos la costumbre de volver a caminar por sus calles cada vez que podemos, también cuando lo necesitamos. Puede que a los de ciudad les ocurra lo mismo pero a los de pueblo, una especie de voz telúrica nos llama y, de vez en cuando, nos escapamos para volver a pasear, charlar con los vecinos, recordar tiempos pasados y comprobar los cambios que se han producido. Ni que decir tiene, que en estos días de agobio, zozobra y eclosión de rencores latentes, volver al pueblo puede servir de terapia y oxigenación de ideas.
En invierno siempre hizo frío pero ahora, dicen que por efecto del cambio climático, el año nace cuando la primavera. Ayer, volví a caminar por Vejer en una mañana soleada y luminosa del mes de enero. Sin embargo una temperatura tan agradable y un sol resplandesciente no impiden que un cierto aire de tristeza recorra sus calles. Ahora todo resulta más intempestivo, especialmente porque ya apenas hay niños correteando por sus callejuelas; los niños han sido sustituidos por turistas y foráneos.
Mi pueblo, como otros tantos, se ha separado en dos mitades. Como suele ocurrir, la parte vieja, coincide con el centro histórico y es la que tiene identidad propia, sabor auténtico y un cierto matiz sepia a pesar de la blancura de cal de sus calles. Un día comenzó a ser deshabitada por los propios del lugar y luego, desde otros territorios, comenzaron a llegar nuevos moradores. La parte nueva, de diseño más frío y normalizado, es ocupada por una población joven a la que le resulta más asequible y confortable vivir en casas de nueva construcción que hacerlo en el casco antiguo donde las viviendas son, por lo general, incómodas, con difíciles accesos y suelen precisar de un mantenimiento costoso.
Entiendo a estos que abandonan, que hemos abandonado, los cascos históricos de pueblos y ciudades. En ocasiones es por un modernismo mal entendido; a veces, simplemente, por no tener la posibilidad de elegir el lugar, la casa, donde vivir. Las modas tienen una gran influencia, pero los costes económicos son determinantes. Por ello es preciso preguntarse qué se hace desde las administraciones públicas para preservar los valores de estos monumentos colectivos que son los cascos antiguos de pueblos y ciudades. Más concretamente, qué hace el Ayuntamiento de cada pueblo para mantener vivo su principal baluarte histórico y turístico. O, si se prefiere, qué es lo que puede hacerse desde la institución local y otras para rehabilitar estos espacios llenos de historia viva.
Nada que objetar a la entrada de nuevos vecinos llegados de otras urbes y culturas; bienvenidos sean y afortunados aquellos que pueden enriquecerse con sus estilos de vidas y percepciones diferentes. Pero abandonar las calles y cerrar las casas en espera de alguien dispuesto a pagar una cantidad que nunca hubiéramos imaginado supone, entre otras cosas, consolidar una división aún mayor entre las dos partes del pueblo dejando en un sector a los autóctonos y en otra a los foráneos. Esta situación supone un error que además impedirá esa mezcolanza siempre enriquecedora de gente diversa. Si así terminara por suceder, algo que ya parece irremediable, el pueblo sólo será un hermoso y gélido escenario sobre el que unos extraños actores representarán escenas/estampas estacionales/vacacionales. Además, todo será una falacia; probablemente los que lleguen y el propio Ayuntamiento velarán por mantener el tipismo de las calles y la conservación de edificios singulares, algo a lo que nadie se puede oponer y que probablemente todos defiendan. Pero, ¿se trata acaso de mantener un decorado más o menos bello, de conservar solo las fachadas? Supongo que es esencial preservar también la tipología de las casas, la distribución de sus espacios, las escaleras, los huecos de escaleras, los patios, los patios de vecinos, sus techumbres, zaguanes y, de poderse, la vida sencilla de sus gentes. Acaso se quiere un pueblo fantasmagórico, con unos exteriores inalterables y unos interiores iguales a los de Madrid, Munich o Nueva York.
Mi pueblo, Vejer de la Frontera, responde a una arquitectura popular, al diseño sabio e irrepetible de sus antiguos habitantes. La carencia de normas protectoras permitió su desarrollo único y la ausencia de planificación fue sustituida por la intuición y el buen gusto. Pero en estos días de la intercomunicación y de la uniformidad, se precisa de ciertos corsés para evitar la clonación estentórea y cutre de espacios, planos y atmósferas. Ahora cuando la especulación o el valor meramente material de las cosas imperan sobre otros; ahora que algunos han provocado interesadamente el encarecimiento de viviendas en el casco antiguo; ahora que todo se ha convertido en un gran negocio; ahora que a lo más que se llega es a esa mentira del “fachadismo” antes descrita; ahora que el pueblo se puede transformar en un simple decorado; ahora más que nunca se necesita de medidas audaces para preservar un espacio que turística e históricamente tiene su valor. Su conservación, su rehabilitación auténtica debe ser un objetivo preferente pero probablemente la llamada del nuevo becerro de oro, con formas de enriquecimiento rápido y perspectivas engañosas de creación de puestos de trabajo, colocará en el objetivo primero de los políticos la construcción abusiva de hoteles, campos de golf y otras rémoras, en nombre del falso progreso y un ilusorio bienestar.
Antes de dejar Vejer, entro en una libreria para adquirir un libro cualquiera. Me decido por uno de Manuel Cruz con el muy oportuno título de La tarea de pensar; lo intentaré.
Un poco norodniki el título y muy interesante la actividad. Habrá que visitar Vejer.
Feliz año y un abrazo
Luis, seguro que disfrutarás. Además tiene en su término municipal una playa, El Palmar, bastante buena para surfear o para disfrutar un día de playa maravilloso si el viento de levante no hace de las suyas.
Oye, ¿lo del titulo un poco norodniki?, ¿te refieres al moviento obrero socialista en la Rusia de finales del XIX?
En cualquier caso, un abrazo y que este 2007 sea un año de paz.
La verdad es que los criterios municipales a la hora de hacer mejoras en los pueblos deja mucho que desear. En el mio, que tiene novecientos y pico habitantes, tuvieron la «genial» idea hace años de construir casas de protección oficcial, pero fuera del pueblo. De manera que lo que es el núcleo de la población, está deshabitado y la mayor parte de las casas cayéndose. Desde mi punto de vista lo lógico hubiera sido facilitar créditos a bajo interés (similares a los que conceden para las casas de protección oficial) para restaurar las viviendas habituales. De esta manera se conservarían las costrucciones tradiccionales de la zona y no se rompería la armonía con esos grupos de viviendas y esos adosados antiestéticos.
… y esos adosados tan antiestéticos, quería poner:-)