Goya: un pintor moderno y actual
Como no entiendo de arte moderno y no siempre distingo la obra artística del simple camelo o del timo, suelo afirmar que me quedé en Goya. Seguro que influyen las apasionadas disertaciones de aquel viejo profesor, de mis tiempos de bachiller, que gustaba expresar su admiración por el genial pintor aragonés y al que solía calificar como el primer pintor moderno. Por ello y porque rara vez el arte contemporáneo me dice algo, cuando aparece el tema en alguna conversación, siempre digo lo mismo; me quede en Goya.
Sí, me quedé en Goya y en los brazos abiertos de aquel cristo valiente, de camisa blanca y estigmas en las manos frente al pelotón criminal de fusilamiento. Nadie trasladó al lienzo, de manera tan expresiva, las distintas formas hacer frente a la muerte. Junto al cuerpo caído en un suelo ensangrentado se observa a quien parece aceptar el trágico destino entre rezos, a quien se intuye llorar con una expresión de miedo y horror, a quien se esconde como queriendo huir y a quien levanta los brazos ofreciendo su cuerpo a la barbarie.
Goya es un pintor moderno y vigente; lamentablemente todos los días son aquella noche del 3 de mayo, la indignidad cotidiana y universal que hoy se vive en Iraq o Palestina la pintó Goya en 1814. Me identifico en el grupo apelotonado de la izquierda, donde emerge la valentía entre el espanto; en ese grupo multiforme y desorganizado frente al grupo compacto y uniformado del batallón asesino. Me sitúo junto a los que tienen rostros, frente a esa maquinaria infernal de matar. Goya fue un genio, tal vez el primero que supo imprimir en el retrato rasgos psicológicos; no es casualidad que a éstos, los situados a la derecha, los que están prestos a disparar, los pintara sin rostros, sólo son máquinas de obedecer, de matar; no son nadie, sólo máquinas de muerte..
Apenas si hay color en el cuadro, el tenebrismo de la tenebrosa historia de las invasiones y de las guerras. Es de noche y la luz más que de farol emerge de la camisa blanca, la sinrazón se ubica en la zona más sombría. El cielo es de color negro, dicen que la matanza fue de madrugada; el pintor no colocó en el cielo negro ni una sola estrella que contemplara la infamia, al fondo se insinúa un Madrid levantado.
Goya no dibuja, no pinta como lo hacían los de su época, no quiere fijar el movimiento en contornos que paralizan sino que desparrama el pincel en trazos sueltos, ágiles, que insinúan, que sugieren el valor y el miedo, el coraje y el espanto. Por el contrario, la máquina si está perfectamente delimitada en su cosificación destructora.
Lo que plasmó Goya en este lienzo es la misma escena que se repite en todas las batallas, la que fijan las imágenes que distribuyen las agencias y que de tan repetidas ya no nos conmueven. La imagen sangrienta de aquella noche, es la misma escena de otros desastres antiguos y actuales; la destrucción del hombre, el exterminio injustificable de las invasiones. Goya trasciende de lo particular a lo universal, no coloca una bandera estúpida junto al amontonamiento de hombres que van a morir; el horror, la resignación el valor no tiene patrias y por ello, el de Fuendetodos, elimina los rasgos distintivos; Madrid es cualquier pueblo.
Me quedé en Goya porque creo entenderlo, porque me sorprende, impacta y emociona. Ahora algunos afirman que el arte contemporáneo hay que encontrarlo más en el receptor que en la obra: unas manchas de color sobre fondo blanco no precisan la mano del artista para convertirse en composición artística sino de la mirada sensible que aprecie el sentido o la belleza de esas manchas. Como dijo alguien: «Hay gente para tó«
Habrá gente para tó, pero tó no es arte por mucho que se empeñen algunos marchantes pijos de Madrid o Barcelona ( Ay Barcelona, cuánto me duele tu esnobismo!!)