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El parque infantil

19 octubre 2007

El parque se llena de voces infantiles y, entre todas, destaca la de una niña: “¡Tengo hambre!”. La que se supone madre continúa su conversación con otras mujeres sin atender la exigencia de la pequeña. Pasados unos minutos vuelve a escucharse la misma pequeña que, ahora con más énfasis, exclama “¡Quiero comer!”. La mujer mira el reloj y le explica que aún no es la hora, que ese apetito es consecuencia de no haber almorzado suficientemente. “¡Mañana, ya sabes!, le responde en tono apacible y firme.

¡Estoy aburrido!, exclama un niño. Los toboganes, los columpios, los juegos con otros niños no tienen atractivo para él. La señora que lo acompaña no tiene respuesta ante esta exigencia. Duda y no acierta a convencer a quien se aburre en compañía de otros chicos. Esta mujer se siente algo inquieta, apesadumbrada; entiende que a su edad los intereses del niño debieran estar en encontrar amigos, divertirse con ellos, afirmarse entre ellos. Sin embargo hoy, como otros días, el pequeño se aburre. ¡Quiero irme a casa!, exige irritado. Tras varios intentos fracasados para persuadir al pequeño, se encaminan hacia la salida.

Cuando se trata de satisfacer las necesidades básicas, por lo general, las madres y padres sabemos proceder; no se nos plantean dudas, solemos tener respuestas claras. Distinto es que logremos nuestros objetivos; que, por ejemplo, coman como deseáramos y conforme a las dietas recomendadas por los expertos. Algo que en mi caso siempre fue un suplicio y un fracaso aliviado por las palabras del galeno de turno que trataba de calmar mi ansiedad aduciendo que el niño comía lo que necesitaba, que no me preocupara.

Cuando nos enfrentamos a situaciones de mera supervivencia, con mayor o menor destreza, todos sabemos responder. Todo se complica, sin embargo, cuando ya no se trata de conductas básicas; la alimentación, horas de sueño, hábitos saludables, programas de televisión apropiados y otros. Ahora el niño se aburre y ese tedio nos descuajaringa todos los esquemas. No lo entendemos; nuestros niños tienen de todo, si la tarde es apacible el parque más próximo es una gozo bien cuidado, seguro y limpio, un espacio apropiado y atractivo para la socialización. Si la tarde se vuelve intempestiva; en casa la tele, el DVD, el PC, la consola que ahora ya no es un mueble, libros, otros juguetes, acaso la fortuna y privilegio de un horario laboral que nos permite compartir horas. El niño lo tiene todo y sin embargo se aburre y expresa a los cuatro vientos su aburrimiento; entonces nos entra la duda y nos preguntamos cómo educar al hijo en la abundancia.

Cierro el periódico que me sirve para observar sin ser visto y me alejo del parque, al que ya no vienen mis hijos. Mientras camino, en dirección a casa, voy pensando en todo lo observado; adiestrar es fácil, educar un imposible.

3 comentarios leave one →
  1. 19 octubre 2007 9:54 pm

    Mi niño se llama Endika. Tiene cuatro años. En su habitación hay más juguetes que en algunas tiendas del ramo. No me preocupa ni me dá miedo que «corra el riesgo» de convertirse en un materialista, porque a la edad que tiene «sabe» que es un privilegiado y que no todos los niños del mundo tienen juguetes. Sabe que los suyos acabaran en manos de otros niños menos afortunados. Por solidaridad, porque algunos de los juguetes que regalamos son juguetes a los que tiene verdadero apego, no por caridad para deshacernos de los juguetes que ya no usa. Hasta ahora los juguetes entraban en casa por varias vías -aitites, amamas, tíos…-. Eso ya se acabó. Desde hace unos meses, cada uno de los juguetes se los tiene que ganar a pulso. Con pequeños retos que le supongan un esfuerzo o una renuncia. No estamos seguros que las cosas deban hacerse así, no estamos seguros que esto sea «lo correcto». Pero ¿algún padre o madre confiaban al 100% de que su método fuese el adecuado? Lo dudo.
    Mis padres también se sorprendían de la cantidad de juguetes que mis hermanos y yo disfrutábamos en comparación con lo que ellos habían tenido ¡y no eran ni la décima parte de los que disfruta mi hijo!

  2. 20 octubre 2007 8:43 am

    Uf, estoy con los dos…
    Adiestrar es relativamente fácil, pero educar es dificilísimo .. porque, efectivamente, no depende sólo de lo que tú pautes, influye la personalidad del niño, su entorno …
    El otro día me contaron una anécdota que me dejó aluflipada: una niña de 9 años cuya profesora llamó a la madre para decirle que le dejaran ver gran hermano porque se estaba aislando del resto de compañeros de su clase por no tener tema de conversación común…

  3. Júcaro permalink*
    20 octubre 2007 10:33 am

    josemanuel, estoy convencido que tu hijo es un privilegiado y no por la variedad de juguetes que tanga al alcance de su mano.

    Gracias, como siempre por entrar y dejar tu más que interesante aportación.

    Maripuchi, aprovecho para lamentar que me resulta imposible dejar comentarios en los blogs de Blogger, lo siento mucho de mis bitácoras favoritas publican en esa plataforma y de verdad que lamento la situación. Dices que estás con los dos y lo entiendo. Josemanuel y quien suscribe no mantenemos posturas contrarias, en absoluto.

    Educar es más complejo, pero hacerlo en la abundancia aún más. Educar en una sociedad consumista con todo o casi todo al alcance de nuestros hijos estoy convencido que añade un plus de dificultad.

    En cuanto a la anécdota que cuentas decirte que hace años unos amigos vivieron una muy similar referida a la primera comunión de su única hija. Todos los compañeros de clase la hacían, todos soñaban con sus regalos; la hija de mis amigos vivió unas semanas muy complicadas. Al final estos amigos cedieron y montaron una primera comunión laica.

    Saludos

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