Los andaluces seremos fantásticos
Cuando las urnas ratifiquen las previsiones demoscópicas, los andaluces pasaremos a ser un pueblo adulto, maduro y ejemplar. Sería fácil recapitular para recoger las interminables cuentas del rosario de despropósitos que han fraguado la imagen irreal de un pueblo que lo sitúan a medio camino entre El Rocío y los tablaos, entre la indolencia y el subsidio.
La distorsión andaluza no es novedosa ni tiene su origen en la clase política actual o en la prensa más centralista y reaccionaria por mucho que, por razones partidarias, unos y otros se empeñen en ello. Habría que remontarse a la época de los viajeros románticos del siglo XIX cuando observaron en las costumbres andaluzas el exotismo que buscaban aunque silenciaran, por ejemplo, los conflictos agrarios de la época. Ni si quiera Ortega (1) con su Teoría de Andalucía logró desmitificar los tópicos, más bien todo lo contrario. Sus elucubraciones sobre el «narcisismo colectivo», sobre Andalucía edén y paraíso, sobre la pobreza gozosa y la holgazanería, como ideal del andaluz, alentaron y consolidaron la distorsión.
El escaparate mediático ha contribuido a mantener vivo el error. Así, en el teatro, cine o series de televisión, entre los personajes graciosos, de pocas luces y menos cultura, abundan los andaluces. Es cierto que en todo cliché puede haber algo de verdad pero no la verdad. Identificar Andalucía (2) con el cante, los toros y las procesiones de la Semana Santa es una simplificación, pero sería absurdo negar la relación de Andalucía con estas manifestaciones.
La derecha mantiene vivo el rescoldo de una visión distorsionada de Andalucía. Si para Ana Mato los niños andaluces son prácticamente analfabetos para Aleix Vidal-Quadras, Blas Infante era un cretino integral; si para Montserrat Nebrera tenemos un acento de chiste, para Manuel Pizarro “a la gente hay que enseñarle a pescar, no tenerle dándole peces toda la vida» para volver así a esa retahíla, tan cansina como falsa, del pueblo subsidiado y vago. Los ejemplos son muchos pero los días de esta desventura están contados. Cuando el calendario electoral así lo determine, y si las encuestas no se equivocan, pasaremos a ser un pueblo ejemplar, inteligentes, guapos y avanzadilla de Europa.
Aunque hoy Andalucía esté en la vanguardia de proyectos I+D+I, en investigación con células madre, en aplicación de energías renovables o en relación con la agricultura ecológica; aunque las infraestructuras y los centros educativos hayan mejorado notablemente o tengamos hospitales de referencia en investigación, trasplantes y cirugía; aunque Andalucía impulsara –un 28 de febrero– un modelo de Estado autonómico basado en la igualdad de todos los españoles, muchos no reconocerán éstos y otros logros hasta que los de su tropa alcancen el poder que les vaticinan las encuestas y el run run de la calle. El cambio que se ha producido en Andalucía es tan significativo que esos tópicos quedan desacreditados y hoy, en parte por esa transformación, si es posible que un partido como el PP esté en condiciones de ganar las elecciones. Cuando esto se produzca, y sólo entonces para muchos, los andaluces seremos fantásticos.
Pasará lo que escribes. Efectivamente, cuando el PP gobierne esta tierra, por arte de magia o de birlibirloque nos convertiremos en un pueblo ejemplar y tendremos que soportar expresiones parecidas a «por fin los andaluces han visto la luz».