La última procesión
Resulta un sarcasmo que la Carta Magna proclame la aconfesionalidad del Estado mientras que ésta pasa el cepillo para la Iglesia, tolera y propicia el catecismo en la escuela pública o cede horas y programas de emisión gratuita en las televisiones públicas. Además, por estas fechas, multitud de concejales, alcaldes y autoridades civiles se convierten en colaboradores necesarios al participar en un rosario interminable de procesiones y actos católicos. En prensa, radio y televisión estos días de abril de 2011, ya lo sabes, o fútbol o crucifixión. Estamos rodeados por dos fanatismos: el balompédico y el católico. ¿Quién dijo aquello de pasa de mí este cáliz? Pues, eso.
Cuando pasen estos días de ocupación, precisaremos de un aire limpio y fresco que ventile las calles de pueblos y ciudades de tanto olor a incienso, a cera derramada y a fanática beatitud. Cortejo singular el formado por hileras de ediles pavoneándose al son que marca la banda, curioso séquito de suntuosidad, ostentación y alcaldes engolados. ¿Cultura y manifestación popular? Siendo la calle de todos, por estas fechas, es solo de ellos.
El catolicismo se alimenta del martirologio, gusta de sentirse víctima perseguida cuando son ellos quienes atacan a los laicistas que no están ni se les espera. La inmensa mayoría de los ciudadanos que no participamos de estas creencias aceptamos el derecho y la libertad de los católicos para sus celebraciones. Otra cosa es la percepción que tengamos del uso que, de estos actos, hacen los políticos. Porque volviendo a la patraña del Estado no confesional, parece un desajuste constitucional la presencia de tanto cargo público en los actos religiosos. Si son católicos, que participen como tales pero no en función del cargo ni como representantes de la ciudadanía.
Pese a no participar en estos festejos, los laicos somos objeto de una campaña furibunda. Los medios que comulgan con la Iglesia aprovechan el lamentable incidente provocado por un perturbado en la Sagrada Familia de Barcelona presentándolo como el colofón de una serie de ataques que dicen sufre la Iglesia. Incluso, la pretensión de un grupo de personas que desean convocar una «procesión atea» parece que es observada como algo delictivo y Tribunal Superior de Justicia de Madrid ratifica unas peregrinas razones para prohibirla. Si lo dicho por el TSJM va a misa, la calle es de Dios y el llamado «jueves santo», el derecho de manifestación queda cercenado. Parece claro que la libertad es para los católicos y el monopolio de la indignación para las beatas de mi pueblo.
Han escrito sobre el mismo asunto: Angelusa, Antonio Maestre, Carmen Lacambra, RGAlmazán,
Por sacar los votos necesarios uno va a misa, a la procesión, al rosario o se hace campanero. Pura estrategia política.